La larga sombra del padre. Bonham: The Disregard of Timekeeping (2ª parte)

Viene de aquí

Dos:

Fue también ese año, 1989, cuando Bonham, Jason, publicó su primer gran disco, y no puso pegas a llamar al grupo que había formado con el apellido paterno. Sí, Bonham sonaba a Zepp, sonaba mucho a Zepp, pero mucho mucho, sin embargo sonaba también a algo más… Y es ahí donde la responsabilidad recae sobre el mítico productor Bob Ezrin, pues fue él el que dio el toque mágico a la visión musical legítima de un vástago enamorado perdidamente del legado de su padre, y dirigiendo la nave para que Jason y su grupo pudieran ir un poco más allá y no acabasen haciendo un simple y triste homenaje… Es decir, el disco, The disregard of Timekeeping, escuchado ahora, es totalmente más convencional y controlado que cualquiera del zepelín, que podrían ser bastante aventureros de vez en cuando, siendo esa loca exuberancia parte de su gloria, sin embargo, si se traza una línea discursiva lógica con los discos de Led Zeppelin, aquel disco del 89 del grupito del hijo de John Henry Bonham, aparece como el que ellos, la banda madre, deberían haber hecho si John no la hubiera palmado. En él, Bonham-grupo toma el majestuoso modelo de figura rítmica (guitarra/teclado) de las dos últimas obras del Zeppelin, y lo empaqueta en composiciones primorosas y elegantes que no son tan plagiarias como parecen. Daniel MacMaster canta como un rejuvenecido Plant, en un chillido de tenor familiar, pero sin el poso blues, aunque la tendencia de Daniel en poner el énfasis en estribillos más, digamos, pop (Holding on Forever, por ejemplo), lo redime totalmente, ofreciendo un trabajo vocal encomiable.

Sí, es como si a Robert le hubieran afeitado las pelotas y en vez de ojear el Hustler flipara con el pulcro Playboy, pero para el conjunto del disco suena de perlas. Ian Hatton repite patrones guitarreros archiconocidos, pero la limpieza y los toques más ambientales (estamos hablando de lo que estamos hablando) hace que las canciones suenen distinto, y eso que Jimmy Page delimitó tan claramente su territorio que, si asumimos que la peste a meado de león es imposible de eliminar, entonces la cosa se vuelve más complicada a la hora de hablar de originalidad, pero uno no puede negar que Jimmy hubiera firmado de nuevo su pacto con el diablo por escribir algún que otro riff de este disco. John Smithson se calza las botas de John Paul Jones lo mejor que puede y arregla y llena huecos, tanto con su bajo como con el teclado  (y el violín, por eso de darle el toque personal), sabiendo que el peso rítmico, lo que más se va a oír en la mezcla final, no va a ser él sino la batería de Jason, el cual, literalmente, se sale. El disco, además de buenas composiciones, ofrece kilos y kilos del legado rítmico de Bonham-padre, sólo que, y he aquí el gran detalle, lejos del sonido de su padre, familiar, difícil, leñoso, lleno de groove y hasta sexual. En una decisión sumamente sabia, de zorro viejo, Bob Ezrin hace que Jason suene seco, sin eco, igual de exuberante y sorprendente que su padre, pero es un espectro sonoro opuesto… en una palabra, le hace renunciar al característico sonido de John Henry Bonham (y al que cientos de imitadores aspiraban) y consigue lo más difícil, hacer que el resultado sea igual de sabroso y sorprendente. Porque Jason toca como su padre, igual, no en vano fue su primer maestro y el pobre lleva toda la vida estudiando y queriendo tocar como él (y quién no querría tocar como uno de los cinco mejores baterías de la historia, eh…), pero Ezrin le da otro sonido, convenciéndole de que él y su grupo no se queden en unos meros imitadores de Led Zepp. Consigue que, sonando «como» Zepp, vayan más allá. Y lo consiguieron, vaya si lo consiguieron, pero el problema fue que nadie estaba dispuesto a tomarse en serio al grupo del hijo del batería de Led Zeppelin…
Empecemos por las pegas antes de llegar a las canciones: 1… El nombre del grupo… Es evidente que eso va a ser una pega… algo que igual te ayuda a abrir puertas pero que la final se va a volver en tu contra… Encima, si en la tipografía del nombre del grupo metes el símbolo característico de tu padre (los tres círculos) pero cambiándolo (los tres triángulos, que paradógicamente ha acabado siendo el símbolo de otro grupo, The Brew) la cosa no mola… 2… La portada… Lo que podía ser un guiño al último disco de Led Zepp, con esa foto ambientada en un bar que ya es todo un icono además de una de las cumbres del cover-art rockero, acabó yéndose de madre, y lo que comenzó siendo una idea cool, acabó siendo un vacío ejercicio estético sin gracia (y eso que a mí me gusta la portada, llena de guiños e incluso entrañable)… y 3… La gran metedura de pata… Los responsables de prensa de los convencieron para que dieran rienda suelta a su ego, embriagándose de un éxito que creían merecer por derecho… Eran jóvenes, arrogantes y tenían ganas de comerse el pastel al que muchos postores aspiran… y eso la compañía de discos lo sabía y, en consecuencia, lo explotó, demasiado tal vez, y los periodistas no perdieron la ocasión de hacerle quedar como unos bocazas…

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