TOPO, una historia al ritmo de la calle. (2ª parte)

Texto por Juan Miguel Contreras 
Viene de 1ª parte

Presiones de la compañía hacen que Cajide y Castejón continúen bajo la nomenclatura original a pesar de tener nuevo nombre y nuevos compañeros. Por su lado, Jiménez y Laina, intérpretes vocales principales de las canciones más recordadas de dicho LP, deciden formar otro grupo y permiten el uso por parte de aquellos del nombre de Asfalto. Así pues, José Luis Jiménez (bajo y voz) y Lele Laina (guitarra y voz) se embarcan en la creación de Topo junto a Terry Barrios (Batería y voz) y Víctor Ruiz (Teclados). Rápidamente graban su primer plástico, de titulo homónimo, el cual, comparado con la obra seminal del que fuese su primer grupo, se muestra como una gloriosa evolución lógica. La inclusión del teclado de Ruiz hace que las nuevas composiciones adquieran músculo y fluyan densas, muy acordes con el rock progresivo de la época. Dicho álbum, producido brillantemente por Teddy Bautista en los estudios Kirios, incluye composiciones importantes como «Vallekas 1996» o «Mis amigos dónde estarán». Es un disco difícil y a la vez jovial. Difícil porque es progresivo, enrevesado y complejo, y jovial por unas letras directas, cargadas de una marcada y sencilla pátina social, pero también con enjundia. Ecos de Traffic, Mott the Hoople (de Brain Capers) o Humble Pie resuenan en cada surco, aunque siempre primando su marcada personalidad. Abre el disco «Autorretrato», trepidante gema de riff con olor a clásico, un teclado llenándolo todo que parece robado directamente de Vanilla Fugde y un interludio acústico que muestra a unos compositores tan seguros como ambiciosos; le sigue «Abélica», otra joya progresiva con un nuevo juego de voces inmenso, y, cerrando la cara A, «La catedral», cuya lírica parece extraída de un guión de Moebius y que musicalmente es como si Pink Floyd estuviesen tocando un descarte del primer disco de King Crimson, esta vez bajo la voz principal de Terry Barrios, secundado por unos Jiménez y Laina poseídos por Crosby, Stills y Nash. Y si la cara A era asombrosa, la cara B es ya para llorar de placer; «Mis amigos dónde estarán» es uno de esos himnos sencillos y emotivos por los que no pasa el tiempo, y «Qué es esta vida» puede escucharse como el «Because» beatleliano patrio. «El periódico» es una composición tan sencilla como emotiva, antesala perfecta para que cierre el disco de nuevo un pletórico Terry Barrios a la voz principal con «Vallekas 1996» (o cómo incitar a la lectura de Orwell y Bradbury desde una canción). No sólo eran unos músicos arriesgados y virtuosos, sino que posiblemente hayan sido uno de los poquísimos grupos que en este país han cuidado las voces y las armonías vocales de una manera tan exquisita. Terry, José Luis y Lele se compenetraban de manera emocionante, y las armonías que se sacaban de la manga son de lo mejor que nunca nadie se ha dignado a reivindicar en este país.

“Realmente no sabíamos por dónde iban a ir las cosas, simplemente nos dejábamos llevar en el local. Lo único que sé es que, como siempre, tras ese disco hay mucho trabajo: primero está la idea, luego el local, después el escenario y al final el disco. Recuerdo que, tras la separación de Asfalto, cambiamos de local; de los bajos de la carnicería de Carabanchel, nos fuimos a ensayar a la pescadería de Venancio, en Vallecas. Realmente no fue difícil, contando con Terry que en aquel momento estaba tocando la guitarra, pero Lele y yo le dijimos que alguien tenía que tocar la batería y tenía que ser él y, como siempre, el resultado fue explosivo. Él a su vez conocía a un amigo de Vallecas, Víctor Ruiz, que tocaba las teclas y nos daba los ambientes que queríamos conseguir con su Hammond y su Rhodes. No fue cuestión de un día ni de dos, pero nos encantaba cómo sonaba todo. Ensayamos, tocamos y tocamos, empezando desde abajo de nuevo. Fue duro pero conseguimos grabar en los estudios Kirios con Teddy Bautista, que era el productor de Cucharada, Leño y también nuestro. Fue una gran experiencia trabajar con él y su mesa Neeve. Se lo pasaba pipa con nosotros y lanzaba ideas, pero todo el material estaba ya preparado desde el local, igual que en directo.”

Un disco como ese hoy debería estar reseñado como la maravilla que es dentro de cualquier historia decente del rock español, y no como un disco olvidado y ninguneado por periodistas musicales. Sin embargo Topo sufrió lo que sufrieron las otras bandas de su compañía, Chapa, que, lejos de apoyar incondicionalmente la música de su escudería, mostró con el tiempo que sólo buscaba formas de enriquecerse rápida y fácilmente, maltratado sin ningún problema cantera y catálogo, dando al traste con bandas mientras su propia ineptitud interna provocaba situaciones kafkianas tales como la grabación de discos claves que no eran mínimamente apoyados (como el de Mezquita, Mermelada o Cucharada) o cambios de imagen tan descorazonadoras como el que hicieron los propios Topo para su segundo disco. No hay que olvidar que esto es España y Topo se topó (perdón) con la Movida, entrando inmediatamente a formar parte de ese saco donde han acabado todos los grupos que, parafraseando a Tierno Galván, no estuvieron al loro, no se colocaron, se movieron y no salieron en la foto. No hablo de teorías conspiratorias, sino simple y llanamente de cutrerío patrio; aquí la música era considerada (y es) como un simple negocio de guapos y guapas manejables y no como una forma de arte comercializable, pero arte al fin y al cabo.

Con estas premisas, en 1980, Chapa les «anima» a realizar un disco «nuevaolero», al estilo de lo que funcionaba en Gran Bretaña, con un sonido próximo a The Police. Para estos cuatro proles curtidos durante años en el local de ensayo y en bolos infames, el caramelo no les pareció mal, pero, hablando mal y pronto, se la metieron doblada. Este intento de reformularlos, concretado en un disco llamado «Pret a portet», fracasa estrepitosamente y hace que Topo abandone la discográfica. Produce de nuevo Teddy Bautista, pero pocos rastros hay de la obra anterior. Visto en perspectiva no es un mal disco, tiene sus momentos, pero no era apropiado para un grupo como Topo. De hecho no parecían el mismo grupo. Una cosa es evolución y otra el triple salto mortal sin red estilístico que hicieron. De todos modos, hay que insistir en que no es un mal álbum (si lo hubiera firmado un grupo novel). Sobre él reposa la losa de ser un disco indigno, pero tras esa pátina sonora tan típica de la época, se esconden un puñado de composiciones que, con otra producción más orgánica y natural, hubieran ofrecido un trabajo menos sonrojante. A pesar de tener que echarle imaginación para ver que los huesos de esas canciones eran buenos, se mantienen muy a la luz la destreza instrumental y los arreglos vocales con enjundia. Perlas como “Inesperadamente”, la versión de Sam Cooke “Bring it on home to me” bautizada como “Trae a casa tu amor”, o “Te siento cerca”, siguen brillando debajo del lodo y la purpurina (aunque otras como “Extraterrestre” le hagan a uno llorar de espanto).

“Este país siempre ha sido un reflejo de todo lo que pasa por ahí, exceptuando los años del 76 al 80, que nuestra música estaba fundida con todos los acontecimientos de la transición, a la que nosotros pusimos música. Periodistas de revistas mejicanas, inglesas o francesas, venían a los conciertos y nos hacían preguntas sobre las canciones el significado de las letras y su relación con el momento tan especial que se vivía en el país. Sin embargo, en España, todos los movimientos Punk y New wave que ocurrían en Nueva York y Londres fueron rápidamente asimilados por los modernos de turno y, sobre todo, por los medios. Los críticos musicales que antes te habían encumbrado y venían a los conciertos, ahora decían que todos éramos una mierda y que lo que molaba era “Kaka deLuxe”, y no solo los críticos, las compañías de discos, los organizadores de festivales, etc., todos se apuntaron al modernismo. El público no lo tenía tan claro. De todas formas nosotros seguimos luchando y conseguimos sacar “Marea Negra”. Realmente “La movida”, la creamos todos los grupos que por entonces funcionábamos, Asfalto, Bloque, Cia. Eléctrica Dharma, Ñu, Leño, Cucharada, Topo, Burning, Tequila, Triana y muchos otros que encendimos la llama del rock en España. Es una pena que cuando en TVE hacen alguna referencia a aquel momento, pase en 30 segundos.”

Para resarcirse pusieron todo su empeño en grabar un tercer disco intentando que las injerencias de la compañía fuesen las menos posibles. Con «Marea negra» (1983) volvieron a sentirse dueños de su trabajo y sus composiciones, volviendo a su sonido, sus riffs, sus juegos vocales sustentados sobre un teclado musculoso. Un disco magnífico grabado en Madrid y mezclado en Ámsterdam que con el tiempo se ha convertido en su obra más representativa. Fichan por Sony y produce Carlos Narea con la ayuda de Miguel Ríos. Terry Barrios catalizó las inquietudes del grupo y puso las cosas en orden (aparte de ser un batería contundente y preciso, tenía un sonido y una pegada muy característica, y en grabaciones posteriores se le echó en falta, lo cual es mucho decir a la hora de hablar de un batería). “Cantante urbano” abre el disco de una manera poderosa, haciendo una muesca más a sumar en el listado de clásicos de la banda, soberbia, auto afirmante y que expone la tónica de lo que vendrá, la de unos músicos en estado de gracia que confían en unas canciones de nuevo primorosas pero, esta vez sí, grabadas y producidas como desean. Desaparecen los restos progresivos más evidentes por mor de un rock más directo. “Guerra fría” mantiene el pulso sustentada por el piano de Víctor Ruiz, que encuentra más espacio para reclamar su importancia capital dejando que un pantagruélico Terry Barrios se haga con ella y la saque a flote y le de brillo. Sigue “El Blues del Dandy”, poderosa sátira deudora de unos Humble Pie incisivos y socarrones. “Marea negra” es un himno preclaro y trepidante donde todos brillan y a la vez les muestra compenetradísimos. Justo después Lele Laina imprime su raigambre beatle con la harrisoniana “Colores”, emocionante descripción sentimental de unos trotamundos apátridas. La cara B se abre con “Los chicos están mal”, otro tema apabullante. Jiménez de nuevo abruma con su bajo, dirigiendo a un grupo que se gusta y disfruta. “Después del concierto” y “El apagón” se siguen con un José Luís Jiménez cantando pletórico y dibujando unas líneas de bajo imaginativas y contundentes que culminan en la última de las gemas del álbum, “Ciudadano universal”, cantada por Terry, en la cual dejan aflorar sus arrestos progresivos en una composición acertada y adaptada al momento que viven.

A pesar de tener la certeza de haber firmado un magnífico disco y de gozar de la tutela de un Miguel Ríos que les lleva de teloneros, la compañía no hace nada por ubicarlos y sacarlos de ese cajón desastre del llamado rock urbano donde les es imposible romper los límites que su propio nombre impone (en radiodifusión y trasvase periodístico); la moral del grupo está en su peor momento y, a finales del 84, Terry, Lele y Víctor deciden tirar la toalla y abandonan, cansados de la compañía y con la sensación de que la mala suerte que siempre les ha acompañado nos les dará tregua por más que se esfuercen. Se queda solo José Luís Jiménez, que sobrevive alquilando su equipo de sonido y buscando nuevos músicos. Decide mantener el nombre y ficha a Luis Cruz (Guitarra), Kacho Casal (Batería) y Pablo Salinas (Guitarra, teclados). Esa formación grabará en 1986 «Ciudad de Músicos», editado a través del sello SNIF, compañía auto gestionada por los propios músicos donde también editan los igualmente tenaces Asfalto en su nueva reencarnación junto a Miguel Oñate. “Ciudad de músicos” es totalmente un producto de la época, delicioso y culposo a la vez. Muy influido por el rock metalizado de guitarristas corre mástiles gracias al ímpetu y talento de Salinas, Cruz y Casal, el bajo y voz de Jiménez pivota sabiamente e intenta atar en corto a sus nuevos compañeros con unas composiciones que, tras los arreglos “hard-metálicos”, se vuelven a mostrar clásicas y preciosistas. A pesar del satisfactorio trabajo, éste vuelve a pasar totalmente desapercibido, lo cual, añadido a que José Luís Jiménez busca sonoridades más clásicas, precipita el fin del primer acto de Topo.

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