Will Hoge: Madrid, 9 de marzo 2018

La esperada y ansiada visita a Madrid de uno de los songwriters fundamentales para entender los derroteros del rock de raíz americana de lo que va de siglo se saldó con un concierto de los que se quedan en la memoria, reafirmando que, cuando se tiene algo que contar y se sabe cómo, el talento siempre sabe qué teclas tocar para emocionar y espolear sueños y certezas. Por mi parte, no sólo no me arrepiento lo más mínimo del palizón de kilómetros que a última hora pude hacer, sino que a la salida del bolo de Will Hoge pude orgulloso hacer otra muesca más a esa efímera e íntima lista de conciertos definitorios. La carrera de Hoge ya es lo suficientemente larga como para ser vista y diseccionada con profundidad, y desde que debutara con un impetuoso puñado de canciones tan urgentes como vivas en 2001 (“Carrousel) hasta el emotivo y salvífico “Anchors” de este 2018, Will Hoge se ha labrado una carrera y una reputación envidiable que cualquier aficionado a la música de raíces puede considerar, sin miedo a exagerar, como imprescindible. El repertorio del concierto que dio el pasado viernes 9 de marzo en Madrid en The Secret Club (que los dioses bendigan a Medias Puri) tuvo su grueso en sus dos últimos discos (“Small Town Dreams” y el citado “Anchors”), apuntalándolo con gemas sueltas de sus otros ocho trabajos de estudio anteriores.

 

Will Hoge y su banda subieron al escenario y comenzaron con The Reckoning, la agridulce y emotiva canción que abre su último trabajo (“hay algunas semillas que siembras y nunca crecen…” canta en ese alegato inquebrantable a perseverar (o no) en tiempos difíciles). Will solo tuvo que abrir la boca y dejar que su privilegiada garganta obrara el milagro, tal y como estos deben hacer, poco a poco, sin apabullar gratuitamente, dejando que la música recorriese el local y nos envolviera casi sin darnos cuenta. El ritmo fue reptando venenoso con “The last Thing I need”, de Small Town Dreams (disco que remarca su impronta en eso que los americanos llaman Heartland Rock). Tema en el que es precisamente su voz la que casi al final sube el ritmo, dejándonos listos para, a la voz de tres, rematar la jugada con el vigoroso “Better Off Now”, única mirada a su primera época, aquella que podríamos definir como pre-accidente de moto (sus cuatro primeros discos). Pelotazo rockero este “Better off Now” de su segundo y olvidado disco (del que él mismo reniega a causa de una yerma producción mainstream). “Still a Southern Man” y “(This ain´t) a Original Sin” mantuvieron el acelerador a tono (lírica y musicalmente) con sonrisas de complicidad entre la banda y dejando claro que aquello podía ser incluso memorable. Que tras eso se sentase al piano para la preciosa “Cold night in Santa Fe” resulto tan natural como darle las gracias a quien nos roba la cartera y de paso el corazón.  Fue durante esta y la siguiente “Little Bitty Dreams” cuando volví a pensar lo que muchas veces he pensado al intentar explicar la voz de Will Hoge a algún amigo que no lo conoce: es como escuchar a Elvis Costello intentando imitar a Otis Redding y consiguiéndolo. Para aquel entonces ya quedaba claro que el proyecto de Will Hoge es el de contar historias tan comunes como vitales, en las que gente como cualquiera de nosotros, puede verse reflejado: días duros, sentimientos encontrados, trabajos alienantes, deseo de liberarse con pequeñas cosas, un guitarrazo, una cerveza compartida, un futuro incierto, una indignación frente al poder político tan resentida como lacerante, el amor de los nuestros y una revisión del pasado que espolea para seguir adelante. De eso canta Will Hoge mientras esboza una leve sonrisa y canta unos imbatibles estribillos.

A partir de ahí llegó el abandono, la cosa rodaba (y de qué manera), por lo que no había más que dejarse llevar. Justo delante de mí, en primera fila, estaba la artista Cayetana Álvarez pintando in situ a la banda a través de las canciones (que descubrí gracias al libro de Joserra Rodrigo y que me parece admirable). La gente se mostraba respetuosamente callada cuando la canción lo pedía (los “bravo”, “eres grande, colega”, “mierda, qué bueno eres” que se oían espontáneos al terminar alguna de las canciones sonaban sinceras y más de uno sonreía al haber querido gritarlas también). “Anchors”, “Growing up Around Here” se alternaban oxigenadas para dejar paso a la vacilona (por lo agrio e irónico de su letra) “Desperate Times”. “Too late too son” volvía a dejarte desnudo y sonriente, casi tanto como a él, con toda la sala en el bolsillo. Con “Goddamn California” hizo uno de sus speeches introductorios, sobre el porqué de la canción, cuando, tentado por cantos de sirena y marketing, lejos de su familia y sus amigos, se preguntaba si merecía la pena y volvía a tener que reinventarse vitalmente, siempre con la guitarra cerca para escribirlo, siempre consiguiendo hacerte sentir cómplice.

Enfrentaba la recta final con una de sus mejores canciones, la irresistible “Even If it breaks your Heart”, cerrando la comunión que poco a poco había ido creando alrededor. Con “A Little Bit of Rush”, una de las joyas de su último disco, convenció al más reticente (si es que aún quedaba alguien) y, lanzado a otro de sus cómplices y ágiles speeches, se despidió con ese homenaje nada velado pero irrefrenablemente gozoso a The Clash, “Ring of Fire”, Johnny Cash y a su queridísimo Franklin, cerca de Nashville, Tennesse, que es “Till I Do It Again”.

Regresó para el bis con “Middle of América”, sincerándose al terminarla por la respuesta que esta canción había tenido en general, y esta noche en particular, fuera de su país. Debe ser por eso de la clase (obrera), que abunda, por muy difuminada que esté. Terminó el concierto con las dos canciones que cierran “Anchors” en una apuesta que solo él y su banda sabían ganadora, pues dieron la clave de lo que fue esa noche. Acabar un concierto con dos canciones nuevas, y conseguir subir aún más el grado de entrega y emoción es algo al alcance de muy pocos, y a mí, escribiendo esto, más me asombra y celebro haberlo podido ver. Si con la exultante “Young as We Will Ever Be” apareció de golpe el Will Hoge del maravilloso disco en directo autoeditado (during the Before and After del ya lejano 2004) con el que lo conocí en lo benditos días en los que uno se zambullía en myspace en busca de tesoros musicales desconocidos y le compraba casi a ciegas un puñado de discos a un cantante de Nashville y éstos te llegaban tres semanas después con una nota de agradecimiento incluida y al ponerlo sabías que sus canciones te iban a acompañar durante mucho tiempo pero no llegabas a imaginar que casi quince años después te siguiera emocionando del mismo modo.

Que el concierto terminase con “17”, una canción donde late el mismo espíritu terapeútico que el “Caravan” de Van Morrison, con Will Hoge cantando a capella la mitad de la canción al borde del escenario, fue un regalo demasiado bonito, tanto como para saber que una noche así le valdrá a más de uno como refugio para días oscuros donde buscar las ganas y los sueños que tan fácilmente creemos perdidos.

Si te gusta, compártelo

Sé el primero en comentar

Dejar una contestacion

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.