La larga sombra del padre. Bonham: The Disregard of Timekeeping (1ª parte)

Texto por Juan Miguel Contreras

 

Introducción:
Se define Pastiche como: m. Plagio que consiste en tomar determinados elementos característicos de la obra de un artista o de las de varios y combinarlos de forma que parezcan una creación original… (R.A.E.)

Comencemos reconociendo algo: debe ser jodido crecer siendo “hijo de”. Si tu padre ha sido famoso por algo, no lo vas tener fácil, no para ganarte la vida, desde luego, de eso posiblemente no tengas que preocuparte, pero sí para que te tomen en serio, sobre todo si decides seguir los pasos de tu padre. La cosa se complica hasta adquirir visos de masoquismo cuando tu padre en cuestión ha sido un monstruo en lo suyo. En el rock hay dos categorías dentro de este grupo, los que rozan el patetismo (y a menudo lo sobrepasan y se revuelcan por el fango sin ningún sentido del ridículo) y los que se comportan como esforzados currantes y al cabo de años y años de pelear contra todo tipo de prejuicios, consiguen que su nombre sea tenido en cuenta. Ni ser la hija del bajista de Iron Maiden, ni mucho menos el hijo del que, posiblemente, sea el mayor genio de las seis cuerdas salido de la gran Bretaña (con permiso de Jeff Beck y por mucho que Jimmy y la cabeza pensante del rey carmesí me pirren) y te llames Jurgen Blackmore, te van a garantizar que te tomen en serio.

Los ejemplos más paradigmáticos, como siempre, los encontramos en el entorno Beatles, más concretamente en las figuras de John y Ringo: mientras los hijos del genio de las gafas redondas, a pesar del dineral que se dejaron en su día los capitostes de sus casas de discos para que nos los tomásemos en serio, fueron pasto de mofa y arqueamiento de cejas en el mejor de los casos; el hijo del pizpireto y marítimo batería (en este caso, Zakk Starkey) se ha labrado una más que respetable carrera como batería, estando entre sus logros haber sido el único batería que ha hecho que The Who sonasen como lo hacían cuando estaba vivo Keith Moon, siendo hoy por hoy uno de los mejores baterías de rock de las islas británicas; pero, eso sí, fama y ego, los justitos, y adiós gracias, que el chico no sólo ha aprendido a aporrear a base de bien, sino a saber que el destello cegador de la fama es tan efímero como venenoso. Dentro de este lado de los que se han ganado cierta respetabilidad también podríamos hablar de Jeff Buckley, hijo de Tim, o de Dweezil Zappa.

De los que a veces dan una de cal y otra de arena, podríamos hablar de Jakob Dylan (que ha estado a punto de pasar a este bando de los respetables, pero la resurrección de The Wallflowers con un disco inexplicable ha hecho que no sea así -aunque aprovecharé la ocasión para decir que el disco que vale del hijo de His Bobness es el primero, disco pantanoso y grumosamente etéreo, dueño de un espíritu y una colección de canciones dignas de ser recordadas). Respecto a los inclasificables, alguien podría citar a los hijos de Gregg Allmann o al bastardo Cliff Morrison, digno caso de estudio (hoy por hoy está en prisión). El ejemplo del hijo de Ringo (y esa es otra de las putadas, asumir que, desde el cole hasta la tumba, vas a ser “el hijo de Ringo”) no es casual; en esto del rock, los únicos que se han convertido en respetables músicos han sido los que se han decidido por el artilugio de los parches y los platos:  El hijo de Tom Waits, el hijo de Javier Ruibal con Glazz, el hijo de Ringo, alguno más que ahora mismo se me olvida y, el hombre que nos ha reunido frente a esta pantalla iluminada, el hijo de John Bonham.

Jason Bonham actualmente es el respetado batería del supergrupo del siglo XXI, Black Country Communion, pero el camino que este hombre ha tenido que recorrer ha sido largo y a menudo tortuoso. La verdad es que el pobre se las ha visto de todos los colores y, tenaz como él solo, al final ha conseguido tener una carrera impecable, y eso que lo tenía bastante difícil; no contento con tener el “pequeño” hándicap de ser el hijo de la bestia parda de los Zepp, posiblemente el batería más recordado y respetado de la historia, parece que nunca le ha caído bien ni a la crítica ni, vaya, al cantante del grupo de su padre, el cual se ha esforzado en soltar siempre que ha podido dardos elegantemente envenenados, pues no en vano Sir Robert Plant es un inglés de pies a cabeza; ser un dios dorado nunca le ha hecho olvidar su flema inglesa, y Jason ha sido testigo y objeto de muchos de sus dardos…

Desde Freud todos sabemos que en algún momento de nuestras vidas deberemos matar a nuestro padre (lo sabemos desde los griegos, pero desde Freud ha quedado más claro si cabe), pero a Sigmund se le olvidó el detalle de que algunos padres tienen amigotes muy puñeteros que, incluso ya muerto tu pater, se lo ponen a uno más difícil todavía. Digámoslo claramente, Jason no sólo ha tenido una carrera digna de mención, sino que, el muy cabrón, hizo el disco que deberían haber hecho Led Zeppelin de haber seguido su padre con vida. ¿Que en qué me baso? Si escuchas el último disco del dirigible de plomo, “In through the outdoor”, el cual salvamos porque viene firmado por quien viene y porque tiene al menos dos piezas majestuosas que hacen digerible un plato que difícil digestión (por mucho que Jones sea un genio y, junto a Percy, se empeñase en salvar los trastos frente a la piltrafa en la que se habían convertido los otros dos: John siendo definitivamente ese kamizake alcohólico hermano de Mister Hyde y Jimmy un etéreo heroinómano más interesado en las nínfulas y el ocultismo que en seguir haciendo estraperlo guitarrístico y parir el siguiente riff definitivo), si, como digo, escuchas el último disco de Led Zeppelin y justo después pinchas al primer disco del grupo de Jason Bonham, “The disregard of timekeeping” de 1989, la cosa se pone interesante. Sí, escuchar el último de Led Zepp y después el primero de Bonham es toda una experiencia, muy grata además; uno acaba poniéndose alerta como un suricata hipertenso y acaba tocándose gozoso como un bonobo sin nada mejor que hacer.

Pero centrémonos: Jason ya no era el niño de cuatro años que salía tocando la batería en la película del grupo de su padre bajo la atenta mirada de éste, ni el que a principios de los ochenta, con 17 años, ya había firmado un disco como integrante de un grupo de eso que se llamó (y se llama) AOR, de nombre Airrace. Tampoco hay que olvidar que después se unió a otro grupo de desconcertante nombre (Virginia Wolf), con los que grabó dos discos y consiguió telonear a The Firm. A eso hay que añadir que Jimmy Page lo había fichado para varias canciones de su fallido pero entrañable “Outrider”, llevándoselo de gira en la presentación de éste (deberían preguntarle a Jimmy, seguro que responde que él sabía todo esto desde el principio, pero había que dejar que Jason se diera cuenta solo). Como guinda, añadir que Jason, supongo que cargado de confianza y con el ego algo inflado (y mal aconsejado diría Robert), fue el que se puso la medalla de ser quien unió a los tres tras la muerte de su padre, provocando que, lo más próximo a Led Zepp que podía existir, quedase prefijado para siempre, haciendo que Page, Plant y Jones tocasen juntos con él el día de su boda en 1989 (más de 20 años después, lo del London´s O2 Arena y el homenaje a Ahmet Ertegün fue una versión mejorada y en toda regla de aquello).

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