El orgullo de las viejas cicatrices: Last in Line (I)

(Viene de aquí 😉 )

Por alguna extraña razón que he de explicar y explicarme, sigo enganchado a un disco publicado hace dos años y que pasó prácticamente desapercibido, consiguiendo a lo sumo un par de reseñas por ahí sin mucha enjundia que lo despachaban alegremente entre un “no está mal” y un “está bastante bien pero no deslumbra”.

Acostumbrados a lo conocido nada nos sorprende; resabiados en el espacio donde nos resguardamos del mundanal ruido de lo comúnmente aceptado, pasamos de disco en disco regresando de vez en cuando por ese puñado de clásicos que nos define y nos hace reconocernos. Necesitados de encontrar ese algo que nos zarandee y nos de la vuelta como un calcetín, pocas cosas nos atrapan, o sería más exacto decir que pocas cosas dejamos que nos atrapen. Nos reconfortamos en lo que creemos compartir con unos pocos y a la vez nos une a una tribu; discutimos (con suerte cara a cara, normalmente por internet) sobre grupos o discos, pero en el fondo limamos asperezas porque compartimos estilo. No soporto mucho rato a Amon Amarth pero ojo como alguien ajeno a mi prole se meta con ellos. Pasamos de The Who o UFO a Forbidden o Electric Angels esperando que en el filtro por donde pasan tantos y tantos lanzamientos nuevos se quede alguno, entrando a formar parte de esa reserva tan necesaria para los días malos.

Estoy ahora mismo mientras tecleo un poco sin pensar, castigando mis oídos a un volumen insano escuchando Heavy Crown, el disco que sacaron hace unos años Last In Line. Ya ni sé la de veces que lo he escuchado. Sobra decir que es un disco soberbio. Tiene unos años (2) pero, a pesar de tener todas las papeletas para haber acabado acumulando polvo en la estantería por todo lo que dije antes, aquí sigue, muy presente en mi dieta melómana diaria, llegando a disfrutar lo indecible escuchando alguno de los temas incluidos en él. Por ello bien merece que escarbe en las razones que han provocado que lo tenga en tal alta estima (en contra o a pesar del parecer común), que intente esbozar porqué pienso que es un disco notabilísimo y hasta brillante, pues además me ha llevado a dar respuesta a ciertas preguntas sobre los músicos que lo integran y a mi relación con la música que crean y crearon hace ya algún tiempo. 

Last In Line surgió tras la muerte de Ronnie James Dio y lo forman los tres músicos que grabaron junto con aquel la trilogía imprescindible de Dio (banda), es decir, Vivian Campbell, Vinnie Appice y Jimmy Bain (hoy sustituido por Phil Soussan, artífice del sensacional Shot in the Dark de Ozzy –que los dioses lo bendigan, junto a Jake E. Lee y Randy Castillo, como merece); a los que se les ha unido para la ocasión un más que solvente Andrew Freeman a la voz. La primera vez que supe de su reunión me dolió, pero no fue algo tipo “hum, vaya”, sino que directamente me dolió como si hubiesen insultado malamente a un familiar querido; famosas son las desavenencias entre Campbell y Ronnie James Dio, con cruce de amargas declaraciones entre ambos, más elegante siempre el pequeño vocalista que el escocés.

La ruptura de la formación clásica de Dio siempre ha sido uno de los culebrones heavies por antonomasia, y la historia siguiente de sus principales protagonistas siempre ha dicho mucho de cada uno de ellos, lo cual no resulta baladí, pues decantarse por uno u otro aclara mucho cómo uno mismo entiende esto de la música rock. Por un lado Dio, el cual, a pesar de los altibajos artísticos y las decisiones aparentemente equivocadas, siempre apostó por anteponer el aspecto personal, de camaradería incluso a pesar de su mano firme, a lo meramente artístico. El primero era un currante, un proletario de la música altamente dotado, talentoso, pero cuyo fin último siempre fue la música, no las modas ni mucho menos su ego (y esto lo discuto con quien sea), y esto es así por mucho estemos hablando del inflexible y aparentemente arrogante Ronnie James Dio. Como ejemplo me gusta recordar cómo Ronnie propuso al que era batería en esos momentos de su grupo para la reunión de los Black Sabbath de Heaven and Hell en 1992, cuando Bill Ward desestimó la oferta y Cozy Powell (la mano derecha de Iommi en aquellos años y miembro por derecho propio de esa nueva reencarnación de Black Sabbath) se jodiese la cadera al caerse de un caballo. Que propusiera a Simon Wright en lugar de la opción natural de Vinnie Appice (cuyo trabajo en el posterior e imprescindible Dehumanizer resultó brutal) dice mucho del pequeño genio, para bien y para mal (aunque Wright sufriera la ira del pequeño elfo en pleno concierto por alguna que otra morcilla de éste, Simon era su amigo y un músico muy querido para él, a pesar de sus limitaciones es un seguro en cuanto a eso de acompasar).

Mi amigo Santi una vez me dijo algo que se me quedó grabado sobre Dio e Iommi: tanto uno como otro han dependido mucho de la sinergia creada por los músicos con los que se rodeaban, uno con respecto del guitarrista elegido y otro del cantante. Que Santi siempre ha sido un referente para mí él ya lo sabe, pero los ratos que hemos pasado hablando sobre las carreras de Dio e Iommi son de las mejores cosas que, para mi formación melómana y fraternal, me han pasado en la vida. Digo esto porque sin esas conversaciones nunca hubiera visto tan claro cómo los trabajos de Ronnie con Vivian Campbell son imprescindibles (incluso Sacred Heart tiene magia en su amarga y luminosa sensación de mediocridad). Sin embargo con Craig Goldie la cosa nunca funcionó a nivel compositivo al 100% (principalmente porque tampoco el grandullón de mirada profundamente miope es un portento componiendo, incluso aunque toque como un dios, adolece de un punto soso que no acabo de comprender, pero eso ya es cosa mía). La época con Rowan Robertson la considero deliciosa, altamente reivindicable, de esas cosas que a uno le hubiera gustado ver cómo evolucionaban, porque entre Rowan y Ronnie había sinergia compositiva de la buena, pero las facturas hay que pagarlas y las modas del momento son implacables. Los años duros se los comió el incomprendido Tracy G; tirar del carro por el lodo que toda carrera larga ha de pasar es lo que tiene. Con el resultón e infalible (que no brillante) Doug Aldrich la cosa volvió a lucir lozana y reivindicable, sin embargo, y por fortuna, los hados quisieron que los últimos años de Ronnie los pasase junto a Iommi, pudiendo grabar algo tan majestuoso, doom, envenenado y cojonudo como The Devil You Know.

(seguirá)

 

 

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