Desde mi confinamiento: ¿Y ahora qué?

  Eso es lo que me pregunto cuando pienso en la excusa que pondrán algunos cuando todo se normalice, una vez que a día de hoy se vislumbra poco a poco la luz al final de este horripilante túnel en el que nos hemos sumido durante más de diez meses. Por supuesto referido a la afluencia que se ha tenido de manera casi generalizada en las pequeñas y medianas salas de conciertos de este país antes del confinamiento y de la Era pandémica. 

¿Y ahora qué?…

¿Cuál será la excusa que tendrás, rockero/a de boquilla para no acudir en masa a los conciertos generados en las salas de tu localidad – pueblo – ciudad?… 

¿Seguirás ahorrándote 10 o 15 eurillos para gastártelos en un mini aguado en el mega súper concierto que darán el grupo ultraestrella llena recintos – estadios que te falta por ver en tal o cual ciudad?… Y con esto me refiero a la gente que SOLO va a estos espectáculos.

¿Te darás cuenta del flaco favor que con tu NO asistencia a las salas harás a los promotores, técnicos de sonido, camareros, dueños, arrendatarios,… de dichos locales?…

¿Te seguirás quejando de la falta de grupos que van a tu zona?…

¿Será el virus una nueva excusa para no juntarte con gente alucinante y afín musicalmente hablando?… (Evidentemente, cuando sean seguros los espacios para los conciertos y haya una inmunidad generalizada gracias a la vacuna que todos deberíamos ponernos tarde o temprano)

¿Qué serie o película determinada te impedirá no moverte del sofá y vivir una experiencia musical y visual distinta cada vez?…

Obvio que cada cual tiene su pregunta y su respuesta, los habrá más fervorosos y los más calmados, los más exaltados o polémicos y los más moderados, en cualquier caso, esta reflexión realizada desde mi propio confinamiento, desde la propia experiencia de quien está aliviando los síntomas del puto bicho éste, la hago ya que al menos durante unos meses creo que voy a ser inmune, y que quizás sea un puente de tiempo hasta que se me administre la vacuna, con la esperanza de que sea nuestro inicio de recuperación hacia una cierta normalidad. Y en dicha normalidad incluyo el poder asistir, como dije antes, de forma segura a los conciertos en vivo. Poder vivir como antes los nervios y la expectación de una jornada de música a pelo, sin trampa ni cartón, de la simbiosis entre el asistente y el artista, de ese que se recorre una burrada de kilómetros, emplea más esfuerzo, dinero, tiempo y energías de lo que realmente está pagado. Y aún así, ahí se planta, en el escenario, con sus nervios, con la incertidumbre de que todo salga bien, de si falla en esta nota o en ese solo, de si el público responderá a su llamada o de si la entrada de 10 euros por persona es excesiva y tal vez debería haberse bajado el caché.

Señoras mías, señores míos, ¿qué hay de todo eso ahora mismo?… Nada de nada, cero por cero, el ostracismo, la soledad, el abandono de los escenarios, el agolpamiento de polvo en todos los rincones de cada tablao, de cada foquito, de cada barra que antes apestaba a alcoholuzo, el amarilleo de los 20, 30 o 40 tickets de entrada que se imprimieron preparando tal o cual concierto. 

Por la parte que me toca, no hace mucho estuve por otros motivos en un local donde mi compi Mer, de Windmill tiene un pequeño estudio de fotografía en los locales de ensayo anexos a la Sala Nana. Pasé relativamente de largo al principio, como no queriendo ver el escenario ni la propia sala, pero una vez acabada la estupenda sesión de fotos que me hizo Mer, cuando estaba transportando la ropa de cambio que me había llevado para tal fin, inevitablemente, me detuve durante un par de minutos a observar la silenciosa estancia, el lugar donde había visto a decenas de grupos, el templo que me había generado unas sensaciones increíbles, donde había hablado, cantado, sudado y bebido ingentes cantidades de música (y alguna que otra birra, o al revés). 

Es muy complicado explicar cómo en esos compactos dos minutos se pueden generar tantas emociones tan contradictorias, felicidad y melancolía, las que más, pero por aquel entonces más tristeza y añoranza. Sin embargo, a día de hoy, tengo más esperanza que otra cosa, y eso a pesar de que la persona que regenta dicho local, José Luis Cañas, no lo está pasando nada bien. Ese personaje tan peculiar al que he de agradecerle, más a él que al contrario, que en un momento determinado en el que vital y emocionalmente me encontraba hundido allá por el 2015, me dio la oportunidad primero de trabajar allí unos meses y posteriormente por acogerme como parte de su familia en cierto modo para echar una mano en lo que pudiera. Solo por ello, por la parte que me corresponde, ese es mi motivo para estar no solo en dicha sala cuando pueda hacerlo, sino también en las salas de conciertos que aún sobrevivan o renazcan de los alrededores, Puertollano (Sala Krater), Tomelloso (Sala Mirador)… por poner algunos ejemplos zonales ¿os faltan motivos y lugares para escuchar buena música por un ínfimo coste al lado de vuestras casas?

Por lo tanto, queridas/os windmillers, os reto con cierta esperanza a lanzaros estas otras preguntas: 

¿Cuál será vuestra excusa para dejar de llenar esos lugares o recintos donde podremos revivir emociones y sentimientos renovados tras el paso de estos tiempos tan sombríos llenos de desgracias ajenas y propias?

¿Seguiremos aborregándonos en nuestros cómodos sofás?

¿El futbol de pago será un impedimento para ver a tal o cual grupo que viene de Suecia, Mazarrón, Argamasilla de Calatrava o del local de al lado?

¿Dejaremos que la escena musical muera inexorablemente?

¿Lamentaremos como las salas agonizantes antes de la pandemia y que prácticamente han echado el cierre no tengan una última oportunidad?

¿Dejaremos que la radio fórmula nos taladre el cerebro con su infesto e infecto autotuning?

Por mi parte y por la de muchos conocidos amantes del rock, eso no sucederá, siempre y cuando no seamos los únicos y que los que os hacéis llamar seguidores de esta música tan endiabladamente adictiva, acudáis con energía y fervorosamente ahora, aun cuando debierais haberlo hecho antes. Tenemos una oportunidad, obviamente cuando sean seguros los lugares, pero…

¿Y ahora qué?…

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