Seguimos sumando Leyendas. Año tras año, no dejo de escuchar y leer (poco, porque no frecuento las redes sociales) las quejas de que Leyendas del Rock es siempre igual, que repiten muchos grupos, que si los cabezas de cartel y que cada vez es más caro y no cambian los váteres. Como no podía ser de otra forma, han repetido grupos, han subido el precio pero… han cambiado los váteres, esa cruz que llevamos arrastrando tanto tiempo los, y sobre todo, las asiduas a este festival. Nada es inmutable, incluido el Leyendas.
Y, si hay una certeza, es que todos los años, queja arriba queja abajo, acabamos repitiendo y la afluencia de público no parece decaer. Es más, me llena de orgullo y satisfacción percibir una renovación generacional que nos descarga un poco las espaldas a los más veteranos en la misión de perpetuar el rock ‘n’ roll, a Satanás pongo por testigo… a lo que íbamos.
La mayor de las virtudes de Leyendas del Rock ha sido siempre la variedad -siempre dentro del rock- de géneros y estilos. En cada edición podemos disfrutar de nuestras raciones de rock clásico, metal extremo, folk metal, heavy nacional, power metal y rock progresivo, además de distintas fusiones con otros géneros.
Metal extremo
Antes de empezar, debo reconocer mi escasa erudición en los sonidos más brutales. El día que nací, el médico le dijo a mi madre:
-Su hijo tiene una malformación genética. Tiene una alteración en un cromosoma que, cuando se invente, no le permitirá asimilar el metal extremo.
-Entonces ¿eso significa que le va a gustar el ballet?- preguntó preocupada mi madre (entendámoslo, eran otros tiempos y después de tres niñas, ya tocaba niño)
-No tema. Su hijo también padece lo que en medicina se conoce como “piernas de pollo”. En “El Lago de los Cisnes” no lo contratarían ni de taquillero.
Así, con mi alteración genética, me presento ante los Noctem. Evidentemente, suenan brutales. Black metal a toda pastilla. Entiendo la estética y la música es atronadora, como corresponde, pero, y esto sólo es una percepción mía, desluce un poco que se comuniquen con la audiencia en español. Si tienes un grupo de black metal en Matalascañas, por ejemplo, mejor exprésate en sumerio o en latín al revés para preservar tu aura satánica ¿Cómo se dice Matalascañas en sumerio?
Bestiales, como siempre. Atrás quedaron los años de los hermanos Cavalera y Sepultura continúan reinventándose. Dejando aparte las preferencias musicales, un show suyo siempre es digno de ver y nunca se guardan ni un esfuerzo. Sólo por disfrutar de la tremenda humanidad de Derrick Green sobre el escenario, ya has justificado gran parte del precio de la entrada. Y encima cae bien, el tiaco.
I Am Morbid es la banda de David Vincent y Pete Sandoval quienes fueron durante varias décadas bajista/cantante y batería, respectivamente, de Morbid Angel. Este año han salido de gira celebrando el 30º aniversario del álbum Covenant y su setlist se basa principalmente en este disco. Nunca dejaré de asombrarme de la capacidad de estas bandas para tocar con tanta intensidad y la del cantante, forzando la garganta con guturales imposibles durante una hora de actuación. Demoledores. Desconozco si el nombre del grupo es un mensaje reivindicativo dirigido a sus antiguos compañeros o simplemente se lo han puesto para acojonar.
Y para terminar mi periplo extremo, qué mejor (y más bestia) que Napalm Death. Grindcore puro y (sobre todo) duro en una sucesión sin pausa de canciones de escasos tres minutos a toda máquina que te deja sin aliento (como esta frase), aunque al cantante, Barney Greenway, no parece causarle el mismo efecto, salvo por los sofocos, las convulsiones y algún que otro estertor de la muerte. Las universidades deberían hacer un estudio sobre las bondades de tocar en una banda de metal extremo para vencer el insomnio: después de estas descargas de adrenalina, energía y mala hostia, esta gente seguro que duermen como bebés durante tres días seguidos.
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