Nos disponíamos a presenciar a una de las más gratas sorpresas del festival con Shawn James & The Shapeshifters. Con el sol aún en lo alto del cielo de Rivas, el público se agolpaba buscando la sombra que proyectaba el escenario en el que ya podíamos ver al fondo del mismo dos grandes telones con el nombre del grupo y una amenazante figura de la mitología nórdica asestando un terrible mazazo al frente.
La banda de Arkansas (U.S.A.), comandada por el polifacético y multiinstrumentista Shawn James, se halla inmersa en una extensa gira europea que tenía dos paradas en nuestro país: Barcelona y el Garage Sound de Madrid. Y la verdad es que fue todo un acierto por parte de la organización el incluir a estos barbudos americanos y su blues/rock sureño que iba como anillo al dedo con la propuesta del festival.
Venían a desgranar su único disco «The gospel according to Shawn James & the Shapeshifters» (2015), más alguna que otra sorpresa como la inclusión de «Hunger», uno de los primeros temas que editaron como combo estable en el año 2013.
Desde que sonaron los primeros acordes y Shawn cantó las primeras estrofas, el comentario general fue «¡vaya vozarrón y vaya sonido más bueno!»; distinguiéndose claramente cada instrumento, y la poderosa voz del barbudo redneck retumbando en nuestras cabezas.
Saliéndose de la clásica formación rockera de guitarra, bajo y batería, al contar con un perfectamente audible banjo eléctrico y un virtuoso violinista, nos ofrecieron un bolo de potente rock sureño que a ratos nos traía a la mente a grupos como Molly Hatchet.
La compacta base rítmica formada por Jeff Bodine al bajo y Zach Coger a la batería era el colchón prefecto para el lucimiento de Sage al violín; todo un torbellino en directo que no paró de animar al público incitándole a moverse al tiempo que nos dejaba con la boca abierta por la gran destreza que demostró con su instrumento.
Y que decir de la voz de Shawn James, una voz que cautivó a todos los presentes: grave y profunda, potente pero limpia (esto último es lo que le alejaba de una posible comparación con la garganta de Zakk Wylde).
A destacar la actitud y entrega que mostraron ante un escaso público que, aunque a veces daba la impresión de estar más pendiente de evitar al astro solar, acabó bailoteando y sudando irremediablemente: imposible permanecer quieto e impasible ante la pasión por la música que nos llegaba desde el escenario.
Un diez en sonido, un diez en actitud, y la sensación de diez centímetros más de barba entre los asistentes masculinos al finalizar el concierto.
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