TOPO, una historia al ritmo de la calle. (3ª parte)

Texto por Juan Miguel Contreras
Viene de 2ª parte

Como telón del mismo, en 1988 aparece «Mis amigos están vivos». Doble LP en directo editado por la  tenaz voluntad de José Luís Jiménez. Vista hoy en día es la muestra más evidente de la historia de Topo, es decir, un lujo perdido en el olvido de los medios (nunca se ha editado en CD, y sólo se encuentra ripeado en algunos blogs). Un disco doble en directo que tenía que haber puesto las cosas en su sitio, un disco que en cualquier otro lugar sería una pieza indiscutible pero que aquí se quedó en nada (salvo en el testamento del grupo hasta su vuelta en el 2000). El concierto se graba el 30 de octubre de 1987 en la sala Canciller, y en él Jiménez reúne a todos los músicos que habían pasado por la banda más numerosos invitados ligados a la historia de la misma. Sonaron todos sus “himnos”, plasmando el momento actual de Topo en ese momento y su historia. Quizá el baile de invitados diluya el resultado, pero es el mejor testamento posible (aunque no ratificado por su vuelta doce años después) de una banda que hubiera merecido mejor trato y proyección.

https://www.youtube.com/watch?v=xps0TcTIYUM

A partir de ahí comienza un periodo caótico y silencioso. Reuniones de Asfalto, primero con Terry Barrios a la batería (“Sólo por dinero”, 1990, irregular trabajo, quizá demasiado autocomplaciente pero aún así con una joya como “Lo que el viento no se llevó”), cuyo concierto homenaje tras su fallecimiento provoca la reunión de los cuatro miembros originales de Asfalto, dando como resultado un más que reseñable álbum, “El planeta de los locos” (1994). Proyectos alimenticios y grupos de versiones (Rockorquesta, Black Dog) hacen que finalmente pase una década donde Topo desaparece completamente y se le da por finiquitado. Sin embargo, la aparición en el año 2000 de «La jaula del silencio» en el sello Pies, les vuelve a poner en marcha. Continúan Lele y José Luís, no así Víctor Ruiz, sustituido por Sergio Cisneros, y sentándose tras la batería Roger Castro. A pesar de ser un gran disco, pasó totalmente desapercibido (más incluso que obras anteriores, lo que ya es decir). Lejos de ser un álbum anecdótico, “La jaula del silencio” se presenta orgulloso y lleno de canciones notables. Composiciones como “La vida” (emocionante), “Cruce de caminos” (otro clásico que deberían rescatar en directo), “El bar” (emotiva) o “Soy una montaña” (preciosa), por citar sólo unas pocas, les muestran inspiradísimos y tan seguros como siempre. De nuevo el profundo bagaje de la pareja compositora y las raíces de las que siempre se han nutrido salen a la luz. Una brillante relectura de “I´m tired” de Savoy Brown pone la guinda a un loable trabajo de cuya existencia lamentablemente nadie se enteró.

De nuevo otro parón habida cuenta del silencio mediático (profético título para un trabajo cuyos logros resultan inversamente proporcionales a su repercusión), los deja en barbecho, de vuelta a sus cuarteles de invierno, hastiados y con la sensación de estar perpetuamente comenzando y no siendo capaces de trascender el saco donde se les ha metido. Lele Laina entra a formar parte de una reencarnación de Los Brincos mientras no dejan de ensayar y componer,  hasta que el productor Ángel Romero les propone recuperar parte de su cancionero (de Topo y Asfalto) en formato acústico, publicando “Canciones básicas” en 2004 bajo sus propios nombres en formato trío (con Miguel Bullido a la batería) en una compañía integrada en el todopoderoso Grupo Prisa llamada El Diablo.

https://www.youtube.com/watch?v=8Qhq-c0dPhQ

El disco se vende bien (al menos para lo que están acostumbrados sus autores) pero no piensa así su compañía, que les da carta de libertad. Compaginan trabajos y bandas con esporádicas actuaciones (de gran nivel) hasta que casualmente se les une Luis Cruz en un ensayo y deciden recuperar Topo discográficamente, aunque para ello abandonen el teclado por una formación con dos guitarras (primando más la sintonía personal y musical que su original concepto melódico). De todo ello surge “Prohibido mirar atrás” (2010), publicado por The Fish Factory, compañía que les da estabilidad y apoyo incondicional. Una más que asumida madurez compositiva da luz a unas canciones con su sello característico, las cuales, al carecer del personal sonido orgánico del teclado, les empareja gratamente a la primigenia formación y espíritu original de Asfalto. Una cristalina y cuidada producción de la mano de Jiménez y Laina es un aspecto también destacable de un álbum donde el continuismo de su guadianesca carrera se convierte una vez más en una orgullosa recopilación de canciones que van desde lo auto afirmativo (“Cambios” o la que da título al disco) a lo amoroso (una joya como “Empezar”, que muestra que se pueden contar aún cosas sobre tan recurrente tema desde una visión propia y acorde con su evolución vital). También están presentes las típicas canciones suyas donde narran historias cotidianas (“La guitarra del inglés”) y emociones tan mundanas como empáticas (la preciosa “Santo Grial”). En perspectiva resulta obvio que no es un trabajo completamente redondo, situándose un paso por detrás del más que reivindicable “La jaula del silencio”. Es como si la nueva formación se encontrara dubitativa en su conjunción, mostrándoles menos sutiles en algunos pasajes ante la ausencia del teclado, aunque bien es cierto que la producción es magnífica y los arreglos de las guitarras les hacen sonar primorosos, pero no del todo ensamblados. Esto se constatará en directo, donde poco a poco se ve que Laina y Cruz cada vez están más seguros, tanto en los nuevos arreglos de su cancionero clásico como en las nuevas composiciones que pasan a formar parte de su repertorio. Aprovechan la presentación madrileña para grabar dicho concierto, el 14 de enero de 2011, y publicar un nuevo doble en directo. Vuelven a aparecer invitados ligados a su historia (destacando sobre todos ellos un Kacho Casal pletórico en “Todos a Bordo”). Editan “Cierta noche en Madrid” en doble cd y doble dvd. Mezcla y edita el audio el propio Lele Laina, aunque si bien eso siempre ha sido una garantía para el grupo, esta vez palidece en ciertos aspectos, quizá por la ausencia total de overdubs y enmascaramientos posteriores, sonando a veces muy crudos y mates. Lo que se oye (y se ve) es lo que son, para lo bueno y lo malo. El problema aparece en los extras, donde José Luís y Lele cuentan durante una hora lo que ha sido su historia musical y la de Topo. Siendo éste como es un relato paradigmático y fundamental, se echa en falta un trabajo de edición visual que dote de brillo al peso histórico que ambos tienen. Ese síndrome de haber empezado una y mil veces desde cero a base de perseverancia y lucidez quizá les hace descuidar esa ansiada entrevista. De todos modos, pecata minuta de cara a los fieles seguidores que durante años esperaban algo así.

Viendo que la nueva formación da y puede dar buenos resultados, esta vez no dejan que Topo languidezca como otras veces, y ante el abandono de Miguel Bullido, se hacen con un batería tan respetado como José Martos. En 2014 entran a grabar su noveno disco, perfectamente a gusto en su formación de dos guitarras, bajo y batería. En febrero de 2015 aparece “El ritmo de la calle”, flamante nuevo capítulo de una historia que se ha visto obligada a comenzar tantas veces ante la desidia de medios. Como si el círculo se hubiese cerrado para Lele y José Luís dentro de ese uróboros particular en el que parecen estar inmersos, “El ritmo de la calle” constata la rabia por demostrar que su historia sigue vigente y también por evidenciar la importancia que tuvieron. De nuevo ofrecen un trabajo redondo, quizá uno de los mejores de su carrera. La tónica lírica es ya un marchamo personal: denuncia, historias, emociones, sentimientos. No sorprenden pero siguen siendo letras certeras y arrobadas. Musicalmente tampoco esperan sobresaltar y sorprender a nadie, pero es tan alto el nivel que poco importa. Puede sonar a lugar común, pero reseñar un tema en detrimento de otro se torna difícil habida cuenta del nivel ofrecido. De igual modo, resulta sorprendente escuchar este disco a la luz de lo que ha sido su carrera. Desde la inicial y afilada “El ritmo de la calle” hasta el rabioso final de tremebundo riff con “Policías y ladrones”, reúnen 14 canciones que rallan lo notable, cuando no lo sobresaliente en algunos casos. El sonido de dos guitarras les hace incluso regresar al espíritu de aquel lejano y germinal primer disco de Asfalto (sobre todo en las preciosas “La dama y el juglar” y “La cosecha”, las cuales desprenden una sorprendente psicodelia beat). Suenan más contundentes gracias a la labor de José Martos tras la batería, el cual parece haberle inyectado un plus de energía a la ya trasmitida por la incorporación de Luís Cruz, pero también gracias a una sabiduría compositiva que, ayudada por unos arreglos distinguidos, elevan las canciones. Ejemplos como “Blues de cristal”, donde parecen darse cita unos Whishbone Ash secundados por Warren Haynes y sir Paul McCartney, o “El guitarrista de Hamelín”, que trae a la memoria el supervitaminado “(I´m not your) Steppin´Stone” de The Monkees, dan buena prueba de que la pareja compositiva Laina/Jiménez merece un respeto cuando no directamente un altar. La producción vuelve a recaer sobre la pareja fundadora, endureciendo el sonido donde es necesario y dejando respirar a las canciones cuando hace falta, en un resultado final muy valiente, el cual debería haber roto no ya sólo el corsé público que tan frustrantemente les ignora, sino las estúpidas etiquetas que hacen que no haya otros focos mediáticos y festivaleros siguiendo sus pasos.

Al poco tiempo, Martos abandona para centrarse en otros proyectos y encuentran repuesto en un solvente y fiable Jesús Sánchez. Simultanean esporádicos bolos y son incluidos en el sorprendente festival Rocktiembre, brillando especialmente pese a lo corto de su set y su mediada ubicación. Prueba del orgulloso legado que atesoran, defienden por derecho temas del primer disco de Asfalto y sus himnos más evidentes, encarando un crepuscular epilogo que ojalá aún dure mucho. Mientras José Luís Jiménez se recupera de una lesión de hombro, en 2017 sale a la venta un disco recopilatorio llamado “Milenio”, algo así como un grandes éxitos del nuevo siglo donde incluyen dos canciones nuevas. Se edita solo en vinilo en dos ediciones, una de ellas con memorabilia. En su perfil de Facebook, José Luís empieza a contar fragmentos de la historia del grupo, siendo alguna de ellas extremadamente jugosas (como sus inicios acompañando a Vainica Doble y tocando en palacetes en el Madrid de los Austrias a finales de los años sesenta), lo cual hace que la irregularidad de dichas perlas narrativas sepan a poco. Sea o no éste el capítulo final de una historia tan heroica como reivindicable, sin duda habrá merecido la pena. Conociendo el camino que han recorrido y cómo lo han hecho, me temo que, afortunadamente, no lo será.

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